LOS OJOS EN EL CONURBANO.
La descalificación de la dirigencia política argentina se incrementa cada día. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, son pocos los compatriotas que asumen una identidad partidaria. Por el contrario, más del 50 por ciento no duda al momento de definirse como “anti”: anti-Macri, anti-Cristina, anti-peronista, anti-gorila.
Sin embargo, los políticos siguen pescando en la pecera. No hay manifestaciones populares exigiendo un nuevo “que se vayan todos” aún. La sociedad está desarticulada, inmersa en la catástrofe económica y aterrada respecto de su futuro. El sálvese quién puede impera, a falta de propuestas colectivas concretas. Lejos de esto, el internismo sinfin caracteriza a las dos coaliciones principales, atravesadas por las diferencias de intereses, proyectos y enemistades personales.
Lejos de favorecer una potenciación de su capital político, la designación de Alberto Fernández por parte de Cristina Kirchner, evitando cualquier clase de consulta a afiliados, simpatizantes y dirigentes tuvo un resultado funesto. No sólo en la pésima y zigzagueante gestión del gobierno actual, sino también en el debilitamiento del liderazgo y la pérdida de respaldo social para la ex presidenta. El cristinismo –y el Frente de Todos en conjunto- terminó por convertirse en una fuerza exclusiva del AMBA, y fundamentalmente de los conurbanos de la provincia de Buenos Aires. Cristina Kirchner consiguió –entre 2015 y el presente- convertir a una fuerza política nacional en provincial, y hasta perdió el control del Senado y de la Cámara de Diputados.
Mientras que la sociedad sufre el acoso de la inflación sin techo, el avance de la inseguridad y la amenaza de un futuro del que sólo sabe que será peor que el presente, con la incertidumbre sobre el acuerdo con el FMI y el desgaste cotidiano de los lazos sociales, la dirigencia mira para otro lado y se dedica casi exclusivamente a posicionarse para el escenario electoral del 2023. Sólo se interesa en su propio futuro, como si sólo fueran representantes de sus propios intereses personales y facciosos.
En el Frente de Todos, las combinaciones y rosqueos parecen conducir a una solución impensada hasta no hace mucho tiempo. Cristina estaría decidida a reconocer la declinación de su liderazgo, y se conformaría con presentarse como candidata a la gobernación de la provincia de Buenos Aires en las próximas elecciones, para tratar de retener lo que le queda de su capital político. Descartado Máximo Kirchner de la carrera presidencial, la candidatura hoy se definiría en una interna entre Axel Kicillof y Sergio Massa, habida cuenta de los niveles récord de desaprobación que incrementa cada día Alberto Fernández.
Pero el presidente no está dispuesto a tirar la toalla y el pasado sábado, por primera vez, admitió su deseo de presentarse a la reelección. Algo que su entorno viene propiciando hace tiempo y que la realidad desmiente, pero hasta ahora nunca había explicitado públicamente ese deseo.
Del lado de Juntos por el Cambio, los candidatos presidenciales florecen por todas partes. El mejor posicionado es Horacio Rodríguez Larreta, tal vez el único político que conserva una imagen positiva superior a la negativa. Pero eso es algo que no le perdonan sus competidores Mauricio Macri, Patricia Bullrich y el radical Gerardo Morales, quienes utilizan todos los medios a su alcance para tratar de derribar al aventajado competidor.
En las últimas horas, desde el seno de la interna radical se ha comenzado a potenciar la figura de Gustavo Valdés, el gobernador de Corrientes, argumentándose que cuenta con un alto porcentaje de aprobación y que resulta una alternativa con muy buena llegada en las cercanías de Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
La operación “Valdés 2023” pasa por alto que el desconocimiento que el novel precandidato tiene en la sociedad argentina es altísimo, y que además procede de una provincia con un bajísimo capital electoral. Sin embargo, no deja de llamar la atención que, desde dentro mismo del radicalismo intenten larvar las ambiciones de un Gerardo Morales que no ha terminado de probarse las ropas de nuevo titular del comité nacional. Al fin y al cabo, ¿qué sería de la UCR sin internismo?
Lo que más preocupa, aunque la dirigencia no lo tenga en cuenta, es la posibilidad de un deterioro aún mayor de la credibilidad de la política empiece a propiciar reacciones focalizadas a lo largo del territorio nacional. ¿Hasta cuándo la sociedad argentina aceptará ser conducida sin ser tenida en cuenta?
El 2021 se cierra sin la violencia de otros meses de diciembre, pero con profundos interrogantes sobre lo que vendrá. Que no será bueno.