LUIS BENAIM, ORIUNDO DE CAPILLA DEL SEÑOR, QUIEN VIVE EN CAMPANA JUNTO A SU FAMILIA HACE AÑOS, Y EL CAMPANENSE TONY ROMAÑUK, VIAJARON Y VIVIERON UNA EXPERIENCIA MUY INTENSA.

El accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya ocurrió el viernes 13 de octubre de 1972, cuando el Fairchild FH-227D, un vuelo chárter que el día anterior había partido de Montevideo (Uruguay) con destino a Santiago (Chile), se estrelló en la Cordillera de los Andes. El accidente aéreo y la supervivencia posterior se conocieron en el mundo como la tragedia de los Andes y milagro de los Andes, y con el paso del tiempo quedó grabado en millones y millones de personas en el mundo ante el inmenso drama vivido.

Mientras el avión cruzaba los Andes, las nubes cubrían las montañas.1​ Los pilotos creyeron erróneamente que la aeronave había sobrevolado Curicó (Chile), donde viraría al norte para iniciar su descenso al Aeropuerto Los Cerrillos de la capital chilena. No se dieron cuenta de que las lecturas de los instrumentos indicaban que todavía estaba a entre 60 y 70 km de Curicó.

La cabalgata rumbo al punto donde cayó el avión y la cordillera.

La aeronave comenzó a descender antes de tiempo mientras aún sobrevolaba los Andes, impactando contra el filo de una montaña. Ambas alas y la sección de cola se desprendieron del fuselaje. El resto del fuselaje se deslizó por la montaña a una velocidad aproximada de 350 km/h, descendió unos 725 metros y se estrelló contra el hielo y la nieve del glaciar Las Lágrimas a 3570 metros sobre el nivel del mar en la Cordillera y en el Departamento Malargüe, en Mendoza. Las autoridades comenzaron inmediatamente la búsqueda del avión y sobrevolaron el lugar del accidente varias veces durante los días siguientes, pero no lograron divisar el fuselaje blanco contra la nieve. El 21 de octubre los esfuerzos de búsqueda se cancelaron.

La aeronave transportaba a 5 tripulantes y 40 pasajeros, incluidos 19 miembros del equipo de rugby Old Christians Club, junto con algunos familiares, simpatizantes y amigos.2​3​ Tres miembros de la tripulación y diez pasajeros murieron por el impacto y cuatro personas fallecieron durante la primera noche debido a las gélidas temperaturas y a sus graves heridas. En las semanas posteriores fallecieron doce más, entre ellos ocho por un alud de nieve.

El mausoleo en donde cayó el avión.

Los 16 sobrevivientes sufrieron penurias extremas —como la congelación, la sed y el hambre— que los llevaron a recurrir a la antropofagia. Cuando el clima mejoró con la proximidad del verano austral, el 12 de diciembre Nando Parrado y Roberto Canessa escalaron sin equipo un pico montañoso de 4650 metros sobre el nivel del mar y descendieron hacia Chile, donde se encontraron con el arriero Sergio Catalán,​ que posibilitó su rescate el 21 de diciembre, tras recorrer unos 60 km. El 23 de diciembre de 1972, 72 días después del accidente, se rescataron a los últimos sobrevivientes que habían quedado en el fuselaje, ya que no podían ir todos, por el riesgo de caída. El milagro de los andes, se había consumado y entrado en la historia.

Restos del avión

La intensidad y la conmoción mundial se adueñaron de tamaña historia que aún hoy sigue perdurando, y una muestra es la cantidad de hombres e incluso mujeres, peregrinaron a través de los años hacia el lugar de la tragedia en los Andes. Hace poco dos que acometieron el desafío, no exento de esfuerzo y de atravesar días y noches en plena montaña, fueron dos amigos que viven en la ciudad de Campana. Uno de ellos fue Luis Benaim, oriundo de Capilla del Señor, integrante de una familia muy conocida, quien vive en Campana junto a su familia (su esposa Marcela, 3 hijos y 5 nietos) desde hace años, y encabeza la firma Grupo Márquez. El otro su amigo Antonio “Tony” Romañuk, mentor de la idea.

“La travesía digamos, comenzó con el viaje en auto hasta San Rafael, Mendoza. Allí después de dormir una noche en un hotel, al día siguiente y reconozco que ya estabamos algo ansiosos, temprano salimos hacia el Sosñado, hasta un parador ubicado a unos 130 kms. Una vez llegados al lugar, nos encontramos con los guías con quienes ibamos a viajar hasta el lugar del accidente. Continuamos después con el grupo, eramos siete en total, en un vehículo de ellos hasta un hotel abandonado en el Paraje Soler, ex puesto de Gendarmería, andando por senderos de ripio unos 60 kms, y en ese momento ya sin señal en los celulares”, contó Luis Benaim a EPOCA.

 

Benaim a punto de retomar la cabalgata rumbo a la montaña.

“Una vez que llegamos al hotel abandonado -relataron Benaim y Romañuk-, hicimos noche ahí y tuvimos que dormir en carpa. Sí, se notó la temperatura baja, si bien durante el día se ponía más agradable. Uno de los “problemas” fue al momento de tener que bañarnos, con agua helada!, no quedaba otra!; no había electricidad. Por suerte entre los muchachos que viajaron orientándonos a nosotros, había un chef!, increíble. Esa noche cocinó provoletas y empanadas de liebre y chivito al asador!; las comunicaciones se hacían con un aparato con señal satelital, sin embargo en el camino tampoco podíamos comunicarnos”.

Placas recordatorias, partes del avión caído en 1972. Un lugar que encierra mucha emoción.

Al día siguiente comenzó la parte más difícil para recorrer, todos a caballo dado que no hay otra forma; cargaron víveres y parte del equipamiento en unas mulas y emprendieron el penúltimo tramo rodeados por la inmensidad de la cordillera. “Fueron 5 horas a caballo -recordó Luis Benaim- y paramos dos veces; con mi amigo Tony casi no habíamos andado a caballo en nuestras vidas. En mi caso antes de viajar a Mendoza, me “entrené” un par de días subiéndome a unos caballos que me prestó Humbertito Herrera y de paso me dio algunos consejos, ja!”, recordó Benaim. Una vez en el campamento base, “por suerte! había carpas armadas, comedor, baños y hasta comimos paella!”. Ahí ya estábamos a 2500 metros sobre el nivel del mar, sol durante el día, agradable, y frío a la noche”.

La aventura iba a proseguir al día siguiente, bien temprano, hacia el gran destino. Llegar en plena cordillera, al lugar del tremendo accidente que entró en la historia. “Volvimos a subirnos a los caballos y andar se ha dicho, se sumó un baqueano para indicar al grupo los lugares por donde cruzar los ríos caudalosos que hay. Fueron unas 4 horas cabalgando hasta llegar al lugar donde cayó el avión, a 3600 metros de altura. “La verdad encontranos con Tony en el lugar nos sensibilizó mucho, pensamos lo que había ocurrido alli en el año ´72, esos muchachos uruguayos que murieron, las penurias tremendas de los que sobrevivieron. La verdad fueron momentos muy emotivos, y más aún viendo la inmensidad de la cordillera y toda su inmensidad”, remarcó Benaim.

En plena travesía a caballo

En el lugar del accidente, donde fueron levantados monolitos en recuerdo y tapizados con placas recordatorias, en tanto ya son muy pocos los restos del avión caído, dado que la gran parte fue retirada. “Estuvimos alrededor de una hora y media donde cayó el avión, y después de esa experiencia bárbara, inolvidable, fueron momentos fuertes estar ahí; no había nieve pero con solo pensar lo que vivieron los muchachos uruguayos, no lo podíamos creer. Y lo que son las cosas de la vida; si cuando salieron a buscar auxilio lo hubieran hecho en sentido a la Argentina, en 2 días habrían encontrado gente. En cambio se enfocaron hacia Chile y eso les llevó 7 días, en la película estrenada hace poco se explica sobre esa decisión. En fin a nosotros se nos cruzaron mil cosas por nuestras cabezas, acerca de lo que les tocó vivir a esa gente, tremendo”.

Atrás una vez emprendido el regreso por Luis y Tony su amigo a quien ahora se le ha ocurrido ir a Chile a caballo y cruzando la cordillera, fueron perdiéndose en los ojos, el monumento, las placas, monolitos de mármol y la imponencia de las montañas, un valle inconmensurable, lagos con agua cristalina, vega (en medio montaña unos 50m2 de verde, aguas termales, las estrellas en las noches más cerca que nunca. “Fue una muy linda experiencia”, coincidieron ambos. Les quedó volver sobre sus pasos junto al mismo grupo, hasta de nuevo en el auto en que viajaron, retornar a San Rafael.

El objetivo, cargado de significado y emoción, lo habían cumplido. Y los dos amigos no olvidarán más la experiencia vivida.

 

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