LA MEMORIA POR LOS CAÍDOS EN LAS ISLAS MALVINAS, MÁS PERMANENTE QUE NUNCA.

 

Entre el Barrio la Boca y el Barrio Alto Norte se ha construído el Cenotafio (réplica de cementerio de Darwin )
Este 1 de abril se inaugura y es en memoria de los caídos en la Guerra por las Malvinas.
Se ha levantado en el predio del Ferrocarril, dónde a futuro´se ha dicho, también  habrá  un museo, oficinas y hasta un tanque militar.
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Marcelo Barros: “Lo perverso de la guerra es que también hay amor”
En su libro “Las islas”, el autor aborda el tema “Malvinas” desde una perspectiva psicoanalítica y sobre la existencia de un trauma colectivo. “El psicoanálisis se ocupa de estos sucesos donde la palabra está rota”, afirma
Nota de Martina Vidret, para Infobae.com
¿Qué nos dejó la guerra de Malvinas? ¿Existe acaso el trauma colectivo? ¿Cómo podemos leer hoy un suceso de hace cuarenta años, fuertemente silenciado y unificado a los horrores de la última dictadura cívico-militar argentina?
Las islas, de Marcelo Barros, explora la guerra de Malvinas desde una perspectiva psicoanalítica. El trauma, en Las islas, está intrínsecamente relacionado con la posibilidad de hacer algo con él: construir un testimonio, una poética, armar un relato con aquello que nos dejó sin palabra.
Sobre el origen de su libro, Barros le contó a Infobae Cultura: “El tema de la neurosis de guerra es algo que preocupó tanto a Freud como a sus discípulos, y que influyó mucho en la teoría psicoanalítica. Haberme enterado que había una gran cantidad de suicidios de ex-combatientes de Malvinas me hizo pensar en el tema. Por otro lado, la historia del país siempre me interesó, me preocupó, me movilizó. Mi padre era historiador, y eso seguramente tuvo una influencia también”.
—Me sorprendió bastante esta idea transversal a lo largo del libro de la “desmalvinización”. Pensaba en un fragmento de Campo minado, de Lola Arias, en donde uno de los ex-combatientes ingleses dice que en Argentina Malvinas está en todos lados, y en Reino Unido ni siquiera se enseña en las escuelas. ¿Qué es, para vos, eso que está en todos lados?
—Yo creo que en un sentido está en todos lados, y en otro no, para nada. Está en todos lados en el sentido de que, por lo menos a mi generación, nos enseñaban de chicos que las Malvinas eran argentinas, que había un reclamo de soberanía sobre las islas. En general, la mayoría de los ingleses ni siquiera saben de la existencia de las islas. Como sucede en muchos casos en países con una tradición imperial, muchas veces los ciudadanos van a pelear a lugares muy distantes que no conocen, que no están vinculados a su historia. También es cierto que para nosotros es un hecho político importante, referido a la historia de la dictadura, pero eso no quita que la desmalvinización ha sido una realidad, a partir de la democracia. ¿Cómo darle un lugar a ese episodio?
—La desidia de la recibida a los soldados, el silencio, ¿está en relación a la derrota? ¿O es parte de lo indecible e imposible de simbolizar de la muerte?
—La desmalvinización empieza con la misma dictadura militar, que silenció el episodio. Fue lo más infame, el recibimiento de los soldados que volvieron. Por supuesto, hay algo indecible de la guerra, que solo se puede decir poéticamente, o a través de una narrativa épica, poética, tanto individual como colectiva. El problema fue ubicar eso dentro de las distintas tradiciones históricas que están en conflicto en el país. Es el aspecto trágico de la guerra de Malvinas, no solamente por la derrota sino también por lo contradictorio, por el hecho de lo difícil de ubicar el hecho políticamente. Llamarla guerra es objeto de discusión: para ciertos discursos progresistas no hubo una guerra, es un episodio más de la dictadura militar. Ubicar eso resultó difícil, porque no hay un relato que lo aloje en la memoria. Cayeron en un limbo mnémico, que es un concepto de Verónica Tozzi. Es la tierra de nadie, desde el punto de vista del relato y de la memoria.
—En relación a esto, escribís: “El veterano debe ser necesariamente una víctima”. ¿No pasa esto mismo con los desaparecidos durante la dictadura? Se los nomina desde su desaparición, desde la no-existencia.
—Justamente, el problema es que para la tradición nacional y popular era difícil rescatar a los soldados en Malvinas, el modo que encontraron fue asimilarlos como víctimas de la dictadura. El tema es complejo: hay una diferencia, pero es difícil de ubicar. Sobre todo, lo difícil es verlos como soldados que combatieron. Este es el tema. Distinto es la persona que fue víctima de terrorismo de Estado, que fue secuestrada. Hay otra posición ahí, hay un matiz que es muy sutil pero decisivo al mismo tiempo. Es distinto a alguien que combatió en un campo de batalla, aun cuando quizás no tenía otra posibilidad y fue mandado. No es lo mismo un soldado enviado bajo bandera, contra su voluntad, que alguien que fue secuestrado por los Servicios. También, hay que tener en cuenta que, con razón o no, combatieron con convicción patriótica. Esto no justifica la guerra, un drama de la guerra es que los Estados utilizan el patriotismo para cumplir con fines que no justifican a las personas. Lo perverso de la guerra es que también hay amor. No solo amor por los compañeros o por el enemigo: también hay amor a la patria. Hay mucha gente que cuando escucha “amor a la patria” escucha a la vez nacionalismo, fascismo, algo que está mal. El amor a la patria, a los ideales, es un amor. Los fenómenos de masa son fenómenos eróticos, amorosos. Lo que es difícil pensar, lo que es trágico, es que esos amores pueden ser utilizados por el poder para cuestiones que no tienen nada que ver con el amor.
—Las representaciones de Malvinas, al menos las que conozco yo, no tienen esa cara de lo erótico.
—No, claro. Con erótico no quiero decir que haya algún placer. Sí con lo que desde el psicoanálisis podemos llamar goce, o satisfacción de la pulsión de muerte. La guerra, aun siendo horrible, da oportunidad de hacer cosas que están prohibidas. Es difícil pensar que haya un placer en matar, que haya un goce en eso. Es real, eso existe. Y también hay una dimensión de odio, que es alentada por los gobiernos para enviar a los hombres a la guerra, y en la población. Es algo que sucedió en todas las guerras.
—Tomás un ejemplo del documental El silencio después de las bombas, en donde un ex-combatiente manifiesta que “lo peor es el olvido”. Pensaba en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y cómo existe, en los discursos contemporáneos, el eslogan de “soltar”, de de dejar ir eso que nos atormenta o nos angustia.
—El olvido, en realidad, es que te suelten la mano. Es que el Otro de la comunidad, del Estado, de la sociedad, te abandone, que te suelte la mano, que te deje caer. Es algo que hace a la melancolía y al suicidio. Una de las formas más paradigmáticas del suicidio es tirarse por la ventana, tirarse a las vías del tren. Hay muchos modos de dejarse caer, no en un sentido literal. Quien cae en una depresión profunda muchas veces siente que lo han dejado caer. Ahora esto se junta con una sociedad capitalista, que es una cultura del descarte, del uso y tire. Esas cosas usadas y tiradas, esos desechos que se van acumulando y generan un problema ecológico, también somos nosotros. Hay un problema de ecología social: dentro de la lógica del mercado, las personas somos descartables, y esto se ve sobre todo en la guerra en el marco de una sociedad capitalista. La guerra siempre fue horrible, pero dentro de la sociedad moderna se da el olvido y la ausencia de los rituales simbólicos de los cuales agarrarse.
—En estos pasajes al acto, sea el suicidio o sus otras versiones, se da un rechazo al Otro. Qué difícil debe ser rechazar cuando se es rechazado, no reconocido por el Otro, por la sociedad. Qué difícil, también, encontrar un lugar en una cultura que no sabe si llamarte ex-combatiente, víctima, soldado, héroe. Héroe trágico, como los llamás vos al final del libro.
—Héroes y víctimas para mí son dos caras de la misma moneda. Ningún ex-combatiente de Malvinas va a decir que fue o es un héroe. El relato de lo heroico tiene reveses problemáticos, de infatuación o exaltación de la violencia, la muerte, el militarismo. Cuando yo hablo del “héroe trágico” tomo una noción de Lacan, en donde dice que el héroe trágico no tiene que ser un superhombre, sino que puede ser alguien común. Por ejemplo: en la película La tregua, de Sergio Renán, donde el héroe es un oficinista, un señor de mediana edad que se enamora de una chica joven.
—En ese sentido, mencionás que en la modernidad está perdido el sentido de la tragedia. ¿Eso la vuelve insimbolizable, la forcluye? ¿O la reprime, en pos de soltarla y que aparezca en los sueños, los fallidos?
—Es un poco complejo. La modernidad, o el capitalismo, implican la desaparición del sentido de lo trágico. Desaparecen los mitos y su eficacia simbólica, los grandes relatos. Es lo que Lyotard llama posmodernidad. Cuando caen los mitos, cae lo trágico. Esto no quiere decir que lo trágico como entidad real deje de existir, que lo trágico como condición humana, real, como pulsión de muerte deje de existir. Justamente lo que deja de existir es lo que nos podría salvar de eso: el relato trágico como narrativa. Fernando Pessoa dice: “Lo único verdaderamente trágico es no poder pensarnos trágicamente”. Lo que es trágico es no poder relatarnos, poder rescatarnos a través de la poesía. Después está la tragedia real, como alguien que fue enviado al combate y después resultó olvidado.
—Pensaba, escuchándote, en los discursos políticos, estéticos, culturales actuales y su tendencia al descarte, al minimalismo, al “fluir”, “soltar”. También desde las terapias breves que buscan sobre todo la remisión sintomática y la rapidez. La tendencia es a no armar relato, es muy difícil sublimar.
—Creo que es un fenómeno global. Acá, en Argentina, podemos pensar en el reemplazo de los próceres por animales o paisajes en los billetes. No está mal, puede favorecer el turismo o lo que fuere. Pero, al quitar ciertas figuras, quitás el relato y el conflicto político. Los billetes con la cara de Eva Perón, o de Rosas, o Sarmiento: se arma conflicto. Hay narrativas enfrentadas, que suscitan relatos. Un hornero no lo suscita. Es una despolitización.
—Otra cosa que está muy de moda es la idea de que si alguien no quiere hablar respecto de lo que le pasa, no tiene por qué hacerlo. ¿Se puede pensar esto como otra forma de rechazar al Otro, de no habilitar que construya un relato?
—Primero: no es fácil armar un testimonio de lo traumático. Lo traumático se define por ser algo difícil de testimoniar. Es lo que pasa, en otro orden de cosas, con mujeres abusadas, que a veces tardan muchos años en poder dar testimonio de lo que vivieron. Hay mucha gente que se pregunta: ¿cómo puede ser que recién ahora, después de tantos años, se da cuenta de que fue abusada? Perfectamente puede suceder que caiga la ficha, que se arme una sanción sobre eso, poder nombrarlo, tiempo después. Después: es difícil dar testimonio si sentís que no hay nadie que te pueda llegar a escuchar, a entender. Eso pasa no solo con las guerras, con las víctimas del terrorismo de Estado, con las víctimas del Holocausto. Hay mucha gente que tarda muchos años en poder hablar de eso, incluso con su familia. La guerra es algo difícil, porque también resulta traumático para el sujeto tener una conducta activa que entra en conflicto con ciertos ideales morales. Puede ser traumático ejercer violencia, no solamente sufrirla.
—¿Qué lugar queda para el psicoanálisis para estos traumas, estos sucesos en donde la palabra está rota?
—Justamente, el psicoanálisis se ocupa de estos sucesos donde la palabra está rota. Es lo que el psicoanálisis viene a alojar, es una experiencia que invita a que se restituya esa palabra, se reinvente, se renueve. No se trata de simplemente hablar, sino de tomar la palabra como un acto. Lo traumático está presente, no necesariamente como una guerra o un abuso sexual, pero el trauma de existir está presente en todo sujeto. Siempre hay algo indecible, que nos empuja a la experiencia analítica, o a la poesía, o a que cada uno se rescate como puede.
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