LA PREGUNTA.

Con la fórmula Wado De Pedro-Juan Manzur, la pregunta que quedó instalada en el ámbito político es si Cristina Kirchner realmente cree que esa dupla puede ser competitiva en la elección nacional o si, por el contrario, está resignada a que la elección está perdida y prefirió reforzar el perfil identitario de su espacio.

No es una pregunta fácil de responder, dado que el candidato preferido por la militancia kirchnerista y por la propia Cristina siempre fue Axel Kicillof. Los encuestadores afirman que es quien retiene en mayor porcentaje la intención de voto de la líder, y su imagen está poco “contaminada” por los problemas de gestión del gobierno nacional.

Pero claro, hubo dos escollos imposibles de superar: el primero fue la negativa del propio interesado; y el segundo -y más importante- es que no hay certeza en el peronismo de que con un candidato alternativo se pueda retener la gobernación de la mayor provincia del país.

De Pedro, al contrario de Kicillof, tiene un perfil menos atractivo. Es cierto que representa a lo que Cristina definió como “los hijos de la generación diezmada”, pero a la militancia no se le escapa que sigue siendo ministro del interior de Alberto Fernández, y en esa situación ha recibido quejas por una postura “tibia” en episodios como el de la represión policial en Jujuy.

Con bajo nivel de conocimiento a nivel nacional, su intención de voto está en el tercer lugar de la interna, detrás de Kicillof y del ministro de economía, Sergio Massa. Y, para colmo, su posible compañero de fórmula, Juan Manzur, se desempeñó como jefe de gabinete durante un año y medio -justo en la etapa en la cual se produjo la aceleración de la inflación y el crecimiento de la pobreza-.

Manzur, con la desconfianza los K
Lo cierto es que cuando el nombre de Manzur empezó a sonar en los medios y dirigentes del peronismo dieron por confirmada su postulación en la fórmula de Unión por la Patria, empezaron a notarse las primeras expresiones de disgusto en las redes sociales y entre referentes del kirchnerismo “puro”.

El ex gobernador tucumano dista de tener un perfil que resulte simpático a la militancia. Lejos del “progresismo” que identifica a La Cámpora, Manzur representa a lo más granado del conservadurismo del interior en temas de la agenda social. No se ha borrado de la memoria de los militantes la tenaz resistencia de Manzur a aplicar la ley del aborto -incluyendo un sonado episodio de 2019 cuando se obligó a parir a una niña de 11 años que había sido violada.

Por otra parte, Manzur, que es uno de los políticos más ricos del norte argentino, ha sido reiteradamente denunciado por enriquecimiento ilícito. Su patrimonio incluye participación accionaria en una empresa productora de aceitunas, que había caído en crisis durante la gestión de Cristina Kirchner.

Pero, sobre todo, siempre se lo vinculó con la industria farmacéutica, ya desde que en 2009, en su calidad de ministro de Salud Pública, coordinó la producción nacional de la vacuna contra la gripe porcina. Y esa cercanía con los laboratorios volvió a estar sobre el tapete cuando se produjo el debate sobre la campaña vacunatoria contra el Covid.

Lo cierto es que la fórmula Wado-Manzur hace difícil que el kirchnerismo pueda mantener su eje estratégico: es decir, tomar distancia de la gestión de Alberto Fernández y mostrar una actitud crítica sobre las decisiones de los últimos tres años y medio.

No sólo se trata de dos funcionarios del gabinete sino que, además, en el caso de Manzur, no respondió a las expectativas que en su momento se habían tejido sobre su “volumen político”, como para recuperar la iniciativa y fortalecer la imagen del Frente de Todos. Manzur, después de todo, llegó a la jefatura de gabinete por la presión de Cristina, quien enojada por la derrota electoral en las PASO para las legislativas de 2021, pidió un “relanzamiento” del Gobierno, que implicara un cambio de nombres. En aquel momento, De Pedro fue quien primero presentó su renuncia, algo que finalmente no se concretó, porque el Presidente prefirió no confrontar con Cristina.

Con esos antecedentes, ¿cuál sería el atractivo de Manzur para una militancia desencantada, y que reclama una vuelta a las raíces? La respuesta pasa por el concepto de “equilibrio”: al lado de Wado, se necesita alguien representativo del interior, y con el cual los gobernadores se sientan identificados.

Por otra parte, Manzur tiene algo que para Cristina es importante: su presencia implica cierta reafirmación de principios ante la Corte Suprema de Justicia, dado que el tucumano fue vetado como candidato a vice de su provincia, en una interpretación polémica de la constitución. Aun con ese revés, el PJ tucumano igualmente se impuso con holgura en los comicios primarios. Y, como es tradición en el peronismo, se pueden perdonar muchos defectos menos el de ser derrotado en las urnas.

¿Y Sergio Massa?
La otra gran definición pasa por el rol de Sergio Massa, que cuenta con la simpatía de Cristina pero que ha sido resistido por la militancia, que desconfía de su perfil “market friendly”, sus vínculos empresariales y su agenda de contactos en Estados Unidos.

Porque la realidad es que, en paralelo a los gestos de sintonía por parte de la líder, empezó a crecer un “anti-clamor” respecto de la eventual candidatura de Massa. En los medios más afines al kirchnerismo, hubo debates en los que se llegó a la conclusión de que el plan económico de Massa tiene escasas chances de éxito, y no faltaron acusaciones en el sentido de que no se diferencia demasiado del tipo de ajuste ortodoxo que podrían haber hecho los funcionarios macristas. De hecho, el gasto público lleva 11 meses consecutivos de reducción en términos reales: en el acumulado del año, el déficit primario se redujo un 27,7%. Ante una recaudación impositiva que cae a una tasa de 6,7%, los gastos se recortan a un 7,5%, según los datos de la Oficina de Presupuesto del Congreso.

Las críticas ya eran duras por medidas que se consideraban una claudicación, como las tres ediciones del “dólar soja” o los canjes de bonos con beneficios de “seguro de cambio” para los bancos. Y esas críticas se endurecieron tras la suba de tasas de interés a un nivel de 97%, que analistas del kirchnerismo entienden contraproducente porque implica subir el piso de la inflación.

Y volvieron a escucharse reclamos por un aumento salarial general de suma fija dictado por decreto, un pedido que el kirchnerismo viene haciendo desde hace un año y que sistemáticamente ha sido rechazado por Massa. Pero lo que generó especial irritación es una actitud que algunos kirchneristas entienden como extorsiva, la postura de “yo o el caos”, que por momentos deja traslucir Massa. Ya había sido sugestivo el mensaje de Malena Galmarini, la esposa de Massa, al reproducir un tuit en el que se afirmaba que “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.

Una disyuntiva incómoda
Lo que Massa siempre quiso imponer fue la idea de que él era el único candidato que podía ser competitivo en un escenario de balotaje. Su perfil centrista y su antecedente de haberse rebelado contra Cristina hace una década hace que pueda captar votos del peronismo tradicional, un sector donde hoy quiere captar votantes Horacio Rodríguez Larreta.

Esa situación puso a Cristina en una disyuntiva incómoda: favorecer la candidatura de Massa, apostando a ganar la elección pero arriesgarse al rechazo de su base militante, o conformar una fórmula afín a su identidad, pero con dificultades de imponerse en el nuevo “escenario de tercios”.

El riesgo, claro, es el de la solución híbrida: una fórmula que cuente con bajas chances electorales y que ni siquiera deje la satisfacción de reforzar la identidad de un espacio que ya se sintió traicionado hace cuatro años cuando se le pidió que votara un candidato que despertaba escaso entusiasmo.

nota publicada en iprofesional.com

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