UNA COLUMNA LLENA DE SENTIMIENTO Y EMOCIÓN.
“No elegí ser un apasionado del fútbol. Fue algo que se gestó en mí en los primeros años y así, de un momento a otro, la pelota tomó un lugar preponderante en mi vida”.
“Pero fue a partir de tu presencia que esa pasión superó los límites, y se transformó en amor incondicional hacia una figura enorme como vos. Un tipo vestido de Diez guerrero y pintado de celeste y blanco. Eso fue algo que superó el color del hincha que soy, y hasta la objetividad de mi profesión vigente”.
“No pude darte la mano o dedicarte una frase cara a cara, pero tampoco, desde mi anonimato más insignificante, nunca te reproché nada. Te acepté desde siempre y para siempre, que decidieras vivir y opinar como te pareciera. Tampoco nunca renegué de tu origen, todo lo contrario, tampoco de tus entornos y amistades. Acepté tu forma genuina y tus dichos frontales, aún sin estar de acuerdo en alguna ocasión”.
“Cometí y seguiré cometiendo el error, tal vez por mi costado cobarde, de hacer silencio y no retrucar a todos aquellos que te criticaban y lo seguirán haciendo. Simplemente, porque el destino no me dio un espacio para cobijar este tipo de sentimientos. Esos que se equivocaban cuando te ponían como ejemplo en cuestiones de la vida, y te exigían ser un marido y un padre ejemplar, o un ciudadano común sin pecados capitales”.
“Mi hiciste llorar mucho cuando supe de tu muerte, aunque mis lágrimas fueronn distintas a aquellas del ’86. Es que tienen el sabor amargo del dolor. Y me niego a aceptar que estarás sólo en vídeos, recuerdos y miles de programas con forma de homenajes, que ya están todos grabados desde hace tiempo en mi mente y mi corazón”.
“Sinceramente no puedo creer tu partida porque para mí eras inmortal, como lo es mi pasión por el fútbol que, desde este 25 de noviembre de 2020 ya no será igual”.
“¡Gracias Diego!”.
Por Gabriel “Gallego” Fernández
Periodista de la sección deportes de Diario Popular.